Vivimos en una época que enarbola la bandera de la autenticidad como valor absoluto. «Sé tú mismo», «di lo que piensas», «exprésate sin filtros»… Estas frases abundan en libros de autoayuda, redes sociales y discursos inspiracionales. Sin embargo, en el ejercicio del liderazgo, la autenticidad no puede confundirse con una exposición sin límites. Ser auténtico no es decirlo todo, ni mostrarlo todo. La autenticidad bien entendida requiere discernimiento, madurez emocional y, sobre todo, responsabilidad relacional.

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