Algunas de nuestras decisiones más importantes —y también muchas de las pequeñas— no son tan racionales como creemos. Detrás de cada elección, decisión, juicio o reacción hay una gran red silenciosa de «creencias» que opera como un piloto automático en nosotros. Estas creencias no siempre son visibles ni conscientes. Gran parte del tiempo moldean la manera en que interpretamos la realidad, nos relacionamos con otras personas y trazamos el rumbo de nuestra vida profesional y personal.
¿Qué entendemos por creencias?
Las creencias son interpretaciones que elaboramos para darle sentido al mundo. No son hechos objetivos, aunque muchas veces las vivimos como si lo fueran. Según Rafael Echeverría (2006), una creencia es “una afirmación que damos por verdadera sin necesidad de tener pruebas concluyentes”. Es decir, funcionan como lentes a través de los cuales filtramos lo que vemos y experimentamos.
Desde la psicología cognitiva, autores como Judith Beck (2021) explican que las creencias se van construyendo en la infancia y se organizan jerárquicamente: desde esquemas centrales (más profundos, como “no soy suficiente”) hasta creencias intermedias y reglas (“si me equivoco, me rechazarán”). Estas estructuras influyen directamente en nuestras emociones y comportamientos, muchas veces sin que seamos plenamente conscientes de ello.
Creencias limitantes y potenciadoras
No todas las creencias son problemáticas. Algunas nos impulsan, nos sostienen en momentos difíciles o nos permiten conectar con otros de forma genuina. El problema aparece cuando una creencia limita nuestro crecimiento, refuerza el miedo o nos impide ver nuevas posibilidades. A esto se le llama creencia limitante.
Ejemplos comunes pueden ser:
- “No soy bueno para hablar en público”.
- “Si no controlo todo, algo saldrá mal”.
- “Pedir ayuda es una señal de debilidad”.
Este tipo de creencias pueden pasar desapercibidas durante años, pero sus efectos se sienten: evitamos ciertas oportunidades, elegimos siempre el camino seguro, desconfiamos de los demás o de nosotros mismos. El primer paso para transformarlas es, justamente, hacerlas visibles.
¿Cómo se forman y por qué persisten?
Las creencias se construyen a partir de nuestras experiencias, de los mensajes que recibimos (en la familia, el colegio, la cultura) y de cómo interpretamos los eventos de nuestra vida. Una experiencia de fracaso, por ejemplo, puede sembrar la creencia de que “yo no sirvo para esto”. Si esa creencia no se cuestiona, comenzamos a actuar como si fuera cierta… y así se refuerza.
Además, nuestro cerebro tiende a confirmar lo que ya cree. Es lo que se conoce como sesgo de confirmación (Nickerson, 1998). Inconscientemente, buscamos evidencias que validen nuestras creencias y descartamos o ignoramos las que las contradicen.
Cuestionar creencias: un proceso incómodo y poderoso
Identificar una creencia limitante puede generar incomodidad. A veces están tan arraigadas que sentimos que son parte de nuestra identidad. Pero cuestionarlas no es negarlas, ni “pensar en positivo” de forma superficial. Es abrir un espacio de observación y reflexión honesta. Es preguntarse, por ejemplo:
- ¿Desde cuándo pienso esto?
- ¿Qué experiencias refuerzan esta creencia?
- ¿Qué me impide ver o hacer?
- ¿Qué evidencia existe a favor y en contra?
- ¿Qué otra interpretación sería posible?
Este ejercicio no busca respuestas rápidas, sino ampliar la mirada. En contextos de acompañamiento profesional o procesos de desarrollo, este tipo de preguntas son fundamentales para facilitar cambios sostenibles y coherentes.
Creencias y toma de decisiones
Cada vez que decidimos algo —quedarnos en un trabajo, iniciar un proyecto, confiar en alguien o postergar una conversación difícil— nuestras creencias están ahí, guiando la percepción de riesgo, de posibilidad, de capacidad. Por eso, revisar nuestras creencias no es un lujo introspectivo, sino una herramienta de autogestión clave.
Daniel Kahneman (2014), psicólogo y premio Nobel de Economía, aportó una mirada clave para comprender cómo tomamos decisiones en la vida cotidiana. Según su propuesta, operamos con dos modos de pensamiento: uno rápido, automático e intuitivo (lo que llama Sistema 1), y otro más lento, analítico y reflexivo (Sistema 2).
La mayoría de nuestras decisiones, incluso las más relevantes, suelen ser guiadas por el primero (sistema 1), influido por creencias arraigadas, hábitos mentales y atajos cognitivos (heurísticas).
Esto explica por qué, muchas veces, actuamos sin cuestionar si lo que pensamos es realmente cierto o útil. Desarrollar decisiones más conscientes, por tanto, no depende solo de “pensarlo más”, sino de entrenar nuestra capacidad para observar cómo estamos pensando.
Tres pasos para comenzar a transformar creencias
| Paso | ¿Qué implica? | Ejemplo práctico |
| 1. Observar con honestidad | Detenerse a reconocer lo que creemos y cómo eso influye en nuestra conducta. | Me doy cuenta de que evito ofrecer mis ideas en reuniones por miedo al juicio del resto. |
| 2. Cuestionar con criterio | Explorar el origen, la validez y la utilidad de una creencia. | Me pregunto: ¿de dónde saqué que no tengo nada valioso que decir? |
| 3. Diseñar nuevas narrativas | Reemplazar la creencia limitante por una que amplíe posibilidades y acciones. | Creo la posibilidad: “Estoy aprendiendo a expresar mis ideas con claridad”. |
El arte de hacer visible lo que está en la sombra
Cuestionar nuestras creencias no es una tarea fácil. A veces implica revisar relatos que llevamos años repitiendo, soltar certezas que nos daban seguridad o abrirnos a nuevas formas de mirar lo que somos y lo que hacemos.
Pero es precisamente ahí donde comienza la transformación. Como decía el artista Paul Klee: “El arte no reproduce lo visible. Lo hace visible”. Preguntarnos por nuestras creencias es, en cierta forma, un acto artístico: una manera de volver visible lo que opera en la sombra, de traer a la conciencia aquello que hemos naturalizado.
Referencias:
- Beck, J. (2021). Terapia cognitiva: Fundamentos y más allá. Ediciones Paidós.
- Echeverría, R. (2006). Ontología del lenguaje. Santiago de Chile: J.C. Saez Editor.
- Kahneman, D. (2014). Pensar Rápido, Pensar Despacio. Debolsillo.
- Nickerson, R. S. (1998). Confirmation bias: A ubiquitous phenomenon in many guises. Review of General Psychology, 2(2), 175–220.
Descubre más desde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

2 Pingback