Vivimos en una época que algunos llaman VUCA: volátil, incierta, compleja y ambigua. Este acrónimo, originado en el ámbito militar y adoptado luego por diversas áreas, describe bien el entorno en que hoy nos desenvolvemos. Cambios acelerados, información abundante, incertidumbre constante, múltiples y diversas exigencias que nos invitan, a veces nos empujan, a adaptarnos.

Pero adaptarse no siempre significa transformarse. Podemos cambiar conductas, hábitos o rutinas sin que eso modifique nuestra manera de comprender el mundo. En cambio, el aprendizaje transformacional implica algo más profundo: una revisión consciente de nuestros supuestos, creencias y formas de ver la realidad.

Como señala Jack Mezirow (1991): aprender de manera transformacional es revisar los marcos de referencia que definen quiénes somos y cómo interpretamos nuestras experiencias. Es una tarea intensa, humana y, en ocasiones, desconcertante. Porque cada vez que una certeza se mueve, también se mueve un pedazo de identidad.

Aprender transformándose

Para Mezirow (1991, 2000), el aprendizaje transformacional es un proceso mediante el cual las y los adultos reinterpretan sus experiencias a partir de una reflexión crítica sobre sus creencias y supuestos. No se trata solo de adquirir información, sino de darle un nuevo sentido a la propia vida.

Este tipo de aprendizaje ocurre cuando una experiencia desafía nuestra manera habitual de pensar (una crisis, una conversación significativa, una pérdida, un nuevo rol, o incluso una pausa prolongada). Ahí aparece lo que el antropólogo Victor Turner (1988) llamó el espacio liminal: ese territorio intermedio entre lo que ya no somos y lo que todavía no terminamos de ser. Freire (1970) decía que “nadie se transforma solo: las personas se transforman en relación con otras y con el mundo”.

  • La transformación, entonces, no es un acto aislado, sino un proceso dialógico que implica reflexión, vulnerabilidad y encuentro.

El riesgo de perderse en el cambio

Cambiar puede ser liberador, pero también puede ser desorientador. Cuando los marcos de referencia se tambalean, la mente intenta restablecer coherencia interna. Leon Festinger (1957), psicólogo social estadounidense, denominó a esto disonancia cognitiva: la incomodidad que sentimos cuando nuestras creencias ya no encajan con nuestra experiencia.

En esos momentos, es fácil caer en la tentación de “ajustarse” rápidamente, de adoptar nuevos discursos o comportamientos sin haberlos integrado realmente. En palabras de Byung-Chul Han (2014), la sociedad del rendimiento empuja a los individuos a reinventarse de manera constante, muchas veces a costa de su propia autenticidad. Cambiamos tanto y tan rápido que corremos el riesgo de perdernos en el proceso.

  • La verdadera transformación, sin embargo, no consiste en reemplazar una versión de nosotros por otra, sino en integrar lo aprendido y conservar la coherencia que nos da continuidad.

 Transformarse sin dejar de ser: una mirada desde la biología y la mente

Humberto Maturana y Francisco Varela (1984), ambos chilenos, propusieron que los seres vivos somos sistemas autopoiéticos, es decir, capaces de transformarnos conservando nuestra organización esencial. Cambiar, desde esta perspectiva, no es traicionarnos, sino mantener viva la coherencia de lo que somos.

La neurociencia también respalda esta mirada. Daniel Siegel (2007), médico estadounidense y profesor clínico de psiquiatría en la Escuela de Medicina de la Universidad de California en Los Ángeles, señala que la salud mental depende de la integración: conectar diferentes partes de la experiencia (emocional, cognitiva y corporal) en un todo coherente.

Por otro lado, Richard Davidson (2012), psicólogo estadounidense y profesor, habla de la plasticidad emocional, la capacidad del cerebro para reorganizarse cuando aprendemos a responder de nuevas maneras.

  • El aprendizaje transformacional es un acto biológico, emocional y social. Cambiar sin perderse es aprender a danzar entre lo que sigue siendo y lo que empieza a ser.

Cómo sostener el cambio sin perderse en el proceso

Transformarse con sentido requiere atención, coraje y también ternura (si, ternura). No basta con comprender lo que cambia; es necesario cuidar lo que permanece. Algunas claves pueden acompañar ese tránsito:

  1. Reflexionar con sentido: Preguntarte: ¿Qué parte de mí necesita transformarse y qué parte necesito conservar?… Esta pregunta abre espacio para una reflexión más consciente y menos reactiva.
  2. Escuchar el cuerpo y las emociones: El cuerpo registra el cambio antes que la mente. Aprender a observar sensaciones, tensiones y emociones es una forma de integrar lo nuevo sin fragmentarse.
  3. Acompañarse en comunidad: Ninguna transformación profunda ocurre en soledad. Las otras personas funcionan como espejos y sostén. Dialogar, pedir feedback o simplemente compartir lo que nos pasa ayuda a consolidar lo aprendido.

La identidad como obra viva

La identidad no es una pieza fija, sino una obra en proceso. Transformarse no es dejar de ser, es ampliar la forma en que somos (o estamos siendo hoy). Cada cambio, cuando se vive con conciencia, nos permite ser más de lo que ya éramos, no menos.

En un mundo VUCA, donde todo parece moverse a gran velocidad, el aprendizaje transformacional nos recuerda algo esencial: que cambiar con sentido no significa perderse, sino encontrarse de otra manera.

¿Qué cambio reciente te ha transformado sin que dejaras de ser tú mismo?


Referencias

  • Davidson, R. J., & Begley, S. (2012). El perfil emocional de tu cerebro. Ediciones Destino.
  • Festinger, L. (1957). Teoría de la disonancia cognitiva. Stanford University Press.
  • Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI.
  • Han, B.-C. (2014). La sociedad del cansancio. Herder.
  • Maturana, H., & Varela, F. (1984). El árbol del conocimiento. Editorial Universitaria.
  • Mezirow, J. (1991). Dimensiones transformadoras del aprendizaje de adultos. Jossey-Bass.
  • Siegel, D. J. (2007). La mente en desarrollo: cómo las relaciones y el cerebro interactúan para dar forma a quiénes somos. Desclée De Brouwer.
  • Turner, V. (1988). El proceso ritual: estructura y antiestructura. Taurus.

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