A veces, hay momentos en los que sentimos que hablar no alcanza… Que nuestras palabras no son comprendidas… Que no hay eco del otro lado. ¿Te ha pasado? Estás contando algo importante, personal, íntimo, complejo… y la respuesta que recibes es un consejo apresurado, un juicio involuntario, una frase hecha. En esos momentos, más que respuestas, necesitamos es ser escuchados.
Aunque parezca sencillo, escuchar es una habilidad humana compleja y que requiere bastante práctica. Escuchar profundamente no es solo estar en silencio. Es una forma de presencia. Es abrir un espacio para la otra persona sin intentar controlarla, sin anticiparse, sin llenar los vacíos con nuestras certezas.
¿Qué significa escuchar activamente?
En diversas capacitaciones y espacios profesionales se habla de “escucha activa”. Pero, a veces, lo que se enseña es una versión reducida, solamente una técnica de libro: repetir lo que el otro dice, asentir con la cabeza, mantener contacto visual. ¿Eso ayuda? sí… pero no es suficiente.
La escucha activa va más allá. Es una actitud relacional, casi un modo de estar con la otra persona. Implica una entrega temporal de uno mismo: suspender la urgencia de responder, postergar las ganas de tener razón, y cultivar una genuina curiosidad por lo que experimenta la otra persona a nivel mental, emocional y corporal.
Desde la psicología humanista, Carl Rogers (2002) fue pionero en destacar la potencia transformadora de la escucha empática. Para él, escuchar bien no era una técnica, sino una disposición interna: “Cuando alguien realmente nos escucha, sin juzgarnos, sin intentar responsabilizarnos, sin tratar de moldearnos, simplemente escuchando… entonces, podemos florecer” (Rogers, 2002).
No se trata de técnica. Se trata de presencia
En la vida cotidiana, en ámbitos educativos o laborales, generalmente «escuchar» se ha convertido en una habilidad utilitaria: escuchamos para responder, escuchamos para solucionar, escuchamos para dirigir… Pero con menos frecuencia escuchamos para dejarnos transformar.
Daniel Siegel (2020), desde la neurobiología interpersonal, sostiene que una escucha auténtica y resonante activa el sistema límbico del cerebro, generando seguridad, integración emocional y posibilidad de cambio. Escuchar de forma presente, con todo el cuerpo, cambia literalmente la experiencia interna de la otra persona.
La escucha nos transforma
No es solo teoría: es experiencia vivida. Cuando alguien nos escucha sin interrumpirnos, sin corregirnos, sin querer salvarnos… algo dentro de nosotros se organiza. Las emociones intensas se calman, el pensamiento se aclara, la dignidad se refuerza. Escuchar es un acto profundamente humano.
Otto Scharmer (2018), en su propuesta de Teoría U, distingue entre diferentes niveles de escucha: la escucha descargada, donde solo oímos lo que ya sabemos; la escucha factual, que se abre a datos nuevos y contradicciones; la escucha empática, que conecta con la experiencia y emoción del otro; y la escucha generativa, que permite que emerja algo nuevo desde una presencia profunda y creativa. Cada nivel implica una forma distinta de estar con uno mismo, con el otro y con el entorno.
“El nivel de escucha determina el nivel de cambio posible.” – Otto Scharmer (2018)
Una pausa para profundizar: ¿qué bloquea nuestra escucha?
Muchas veces creemos que no escuchamos bien porque nos falta tiempo. Sin embargo, más que tiempo, lo que suele faltar es disposición emocional. Nuestra escucha está obstaculizada por filtros invisibles: prejuicios, suposiciones, historias no resueltas, ganas de tener la última palabra. Escuchar implica también auto transformación.
Según Lisa Feldman Barrett (2021), la percepción humana no es un espejo de la realidad, sino una construcción basada en experiencias previas y predicciones neuronales. Aplicado a la escucha, esto significa que muchas veces no oímos lo que el otro realmente dice, sino lo que anticipamos que va a decir. O peor aún, lo que necesitamos que diga para que encaje en nuestro relato.
Escuchar profundamente requiere, entonces, un ejercicio activo de autoconciencia. Requiere entrenar la capacidad de estar en el presente sin manipularlo. Y eso, aunque desafiante, es profundamente transformador.
Tres claves para cultivar una escucha que transforma
A continuación, una síntesis sencilla y práctica:
| Clave | ¿Qué implica? | Ejemplo cotidiano |
| Presencia emocional | Estar disponibles aquí y ahora, con cuerpo y emoción. Sin distracciones. | Dejas el celular, haces una pausa y miras a tu hija mientras te cuenta lo que la angustia. No la interrumpes. |
| Curiosidad sin juicio | Escuchar sin interpretar de inmediato. Sin pensar “eso está mal”. | Un colega te comparte su visión opuesta. En vez de discutir, preguntas: “¿Cómo llegaste a pensar eso?” |
| Validación reflexiva | Mostrar que comprendiste sin distorsionar, desde el lenguaje del otro. | Dices: “Entiendo que esto te cuesta. Se nota que te importa mucho hacerlo bien.” |
Escuchar es dejarnos tocar
No se trata de hacerlo perfecto. Se trata de intentarlo con honestidad. Cada vez que escuchamos con apertura, con presencia y sin prisa, abrimos una posibilidad de transformación. A veces, no cambia la conversación. Cambia el vínculo. Y a veces, cambiamos nosotros.
La escucha profunda es, en el fondo, un acto de amor: hacia el otro, hacia la verdad compartida, hacia la posibilidad de que este mundo —tan lleno de ruido— se vuelva un poco más habitable.
Escuchar bien es: prestar atención, dejarnos tocar, y luego compartir lo que escuchamos desde un lugar más honesto.
Referencias:
- Barrett, L. F. (2021). Siete lecciones y media sobre el cerebro. Houghton Mifflin Paidos Iberica.
- Rogers, C. (2022). El proceso de convertirse en persona: Mi técnica terapéutica. Booket.
- Scharmer, O. (2018). The Essentials of Theory U: Core Principles and Applications. Berrett-Koehler.
- Siegel, D. J. (2020). El poder de estar presentes: cómo la presencia de los padres influye en quiénes se convierten nuestros hijos y cómo se conectan sus cerebros. Ballantine Books.
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