En un mundo cada vez más interconectado, hablar de empatía es una necesidad. No se trata de un concepto abstracto ni de un gesto superficial, sino de una capacidad profundamente humana que nos permite crear puentes entre experiencias, contextos y emociones. La empatía suele confundirse con la simpatía o con la compasión, pero tiene matices propios que la hacen única y esencial en la vida personal, profesional y social.

¿Qué entendemos por empatía?

El investigador de la empatía y psicólogo de la Universidad de Stanford, Jamil Zaki, PhD, señala que la empatía es el «superpegamento» psicológico que conecta a las personas y sustenta la cooperación y la amabilidad. Según la American Psychological Association (2020) la empatía no es un proceso que integra exclusivamente componentes emocionales, sino también elementos cognitivos y conductuales.

Por otro lado, investigadores como C. Daniel Batson (2011) distinguen entre empatía emocional (sentir lo que otro siente), cognitiva (comprender su perspectiva) y compasiva (la motivación para aliviar el sufrimiento). Jean Decety y Philip Jackson (2004), desde la neurociencia, han mostrado cómo los circuitos neuronales implicados en la empatía activan regiones vinculadas al reconocimiento de emociones y a la autorregulación.

Daniel Siegel (2010) introduce el concepto de resonancia, destacando cómo el cerebro se conecta con el de otro a través de las neuronas espejo. Richard Davidson (2012) ha investigado cómo la práctica de la empatía y la compasión modifica los patrones cerebrales, mientras que Lisa Feldman Barrett (2017) enfatiza que las emociones, incluida la empatía, se construyen a partir de experiencias y contextos culturales.

Daniel Goleman (2018), por su parte, ha subrayado la empatía como competencia central de la inteligencia emocional, clave para las relaciones interpersonales y el liderazgo efectivo.

Las cuatro cualidades de la empatía según Brené Brown

La académica y escritora estadounidense Brené Brown (2016), conocida por sus estudios sobre vulnerabilidad, coraje y conexión humana, propone cuatro características que hacen de la empatía un proceso activo y transformador:

  1. Ver el mundo desde la perspectiva de la otra persona: La empatía comienza al reconocer que nuestra mirada no es la única. Se trata de un ejercicio de descentramiento: dejar por un momento nuestro propio marco de referencia para comprender cómo el otro experimenta su realidad.
  2. No emitir juicios: La empatía requiere suspender el impulso de evaluar o clasificar las experiencias ajenas. Emitir juicios invalida la vivencia del otro y cierra la posibilidad de conexión. Humberto Maturana (1996) recordaba que todo acto humano ocurre en un espacio emocional, y juzgar ese espacio equivale a deslegitimarlo.
  3. Reconocer la emoción en el otro: No basta con escuchar; es necesario identificar la emoción que el otro está expresando, incluso cuando no la nombra. Escuchar su lenguaje emocional, sin decirle cómo debería sentirse. Implica tomar conciencia emocional (propia y ajena), sintonizar en términos emocionales.
  4. Comunicar la emoción reconocida: Expresar al otro que su experiencia ha sido comprendida. No se trata de dar soluciones, sino de transmitir conexión: “entiendo lo que sientes, estoy contigo”. Decirle que no estamos juzgándola, y que validamos sus emociones.

Riesgos y desafíos de la empatía

Aunque la empatía es una capacidad esencial, su ejercicio también tiene límites y riesgos que es importante reconocer para evitar distorsiones o consecuencias no deseadas.

Empatía mal entendida: Muchas veces se confunde la empatía con la simpatía. Mientras la simpatía tiende a colocarnos “por encima” del otro (“pobrecito, lo que le pasó”), la empatía busca acompañar desde un lugar horizontal. Esta confusión puede llevar a trivializar o minimizar la experiencia ajena.

  • Ejemplo: decir “al menos no fue tan grave” a alguien que comparte un dolor profundo. Aunque la intención sea consolar, el efecto es invalidante.
  • Brené Brown (2016) advierte que la empatía nunca se trata de encontrar un lado positivo inmediato, sino de estar presente con la vulnerabilidad del otro.

Empatía selectiva: Es la tendencia a empatizar solo con quienes se parecen a nosotros o con quienes compartimos creencias, identidad o afinidades. Este sesgo limita la capacidad de generar relaciones inclusivas y refuerza estereotipos.

  • Ejemplo: un profesor que muestra comprensión solo hacia los estudiantes más aplicados, ignorando las dificultades emocionales de quienes rinden menos.
  • Lisa Feldman Barrett (2017) señala que la construcción social de las emociones influye en quién consideramos “digno” de nuestra empatía, generando exclusiones.

Cansancio empático o “fatiga por compasión”: Profesionales en áreas de cuidado, como salud, educación o trabajo social, pueden experimentar un desgaste emocional al exponerse constantemente al sufrimiento de otros. Charles Figley (1995) lo describe como compassion fatigue, un estado de agotamiento que afecta la motivación y la capacidad de cuidar.

  • Ejemplo: una enfermera que, tras atender diariamente a pacientes críticos, comienza a desensibilizarse o a sentir indiferencia como mecanismo de defensa.
  • Richard Davidson (2012) propone que cultivar la compasión (más allá de la empatía pura) protege del desgaste, porque añade una motivación activa de cuidado que da sentido al esfuerzo.

Estos riesgos muestran que la empatía, aunque fundamental, no es ilimitada ni automática. Se necesita autoconciencia, autocuidado y un sentido ético para aplicarla de forma equilibrada. Comprender sus desafíos no busca restarle valor, sino fortalecer su práctica de manera sostenible y responsable, tanto en lo personal como en lo profesional.

Conexión genuina con otra persona

La empatía no es un talento reservado a unos pocos, sino una práctica diaria, imperfecta y desafiante. A veces fallamos al intentar conectar emocionalmente con el resto, pero incluso ese intento tiene valor: revela nuestra disposición a salir de nosotros mismos.

Al final, la empatía es un recordatorio de que no estamos solos en nuestras luchas. Allí donde alguien dice “te escucho, te entiendo, estoy contigo”, se abre un espacio donde la vida pesa un poco menos. Quizás ese sea el regalo más grande que podemos ofrecer y recibir.


Referencias

  • American Psychological Association. (2020). APA Dictionary of Psychology.
  • Batson, C. D. (2011). Altruism in humans. Oxford University Press.
  • Brown, B. (2016). El Poder de ser Vulnerable: Qué te Atreverías a Hacer si el Miedo no te Paralizara. Ediciones Urano.
  • Davidson, R. J., & Begley, S. (2012). El Perfil Emocional de tu Cerebro. Ediciones Destino.
  • Decety, J., & Jackson, P. (2004). La arquitectura funcional de la empatía humana. Behavioral and Cognitive Neuroscience Reviews, 3(2), 71–100.
  • Goleman, D. (2018). Enfoque: El motor oculto de la excelencia. Ediciones B.
  • Feldman Barrett, L. (2017). How emotions are made: The secret life of the brain. Houghton Mifflin Harcourt.

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