La comunicación humana no puede ser comprendida como un proceso mecánico o unidimensional. En lugar de ello, está profundamente influida por las múltiples dimensiones que constituyen al ser humano: emocional, cognitiva, corporal, social y trascendente.
Esta integralidad del ser es lo que nos permite no solo expresar ideas, sino también sentir, interpretar y actuar en el mundo. Como señala John Austin, “las palabras crean realidad”. En cada intercambio comunicativo, no solo transmitimos información, sino que construimos, transformamos y moldeamos nuestro entorno.
La visión de un ser humano integral resalta la importancia de considerar todas las dimensiones que nos constituyen. No podemos ser divididos en compartimentos cerrados. El cuerpo, la mente y las emociones están entrelazados de tal manera que nuestras acciones y palabras reflejan el conjunto de nuestro ser. Zygmunt Bauman, (sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico de origen judío) en su análisis sobre la modernidad líquida, subraya la volatilidad y flexibilidad del ser en una sociedad que cambia constantemente. En este sentido, las emociones juegan un rol crucial como motores de las acciones y catalizadores de las decisiones, impactando directamente en cómo nos comunicamos.
Emociones y comunicación: más allá de las palabras
Las emociones, a veces relegadas a un segundo plano en los modelos tradicionales de comunicación, son el núcleo de nuestras interacciones. Una persona puede utilizar las mismas palabras en dos contextos emocionales diferentes y generar resultados totalmente opuestos. El impacto de las emociones no solo define cómo decimos lo que decimos, sino también cómo interpretamos lo que escuchamos.
La neurociencia del comportamiento, que estudia la naturaleza neurobiológica de los procesos psicológicos, ha demostrado que nuestras respuestas emocionales pueden desencadenar una cascada de reacciones que afectan no solo la forma en que nos comunicamos, sino también nuestras relaciones y decisiones a largo plazo.
El lenguaje, en muchas ocasiones, se queda pequeño para transmitir toda la riqueza de las emociones humanas. Cuando tratamos de describir sentimientos profundos, encontramos los límites de las palabras, y es aquí donde surgen las metáforas, los gestos y los silencios que también son formas de comunicación poderosas.
El aprendizaje también es un proceso emocional
La comunicación es fundamental en el proceso de enseñanza y aprendizaje, especialmente en la docencia universitaria, donde los estudiantes adultos ya han desarrollado estructuras cognitivas y emocionales más complejas. Malcolm Knowles, quien introdujo la teoría de andragogía como el arte y la ciencia de ayudar a adultos a aprender, señaló que los adultos son aprendices autodirigidos, lo que significa que su capacidad para aprender depende en gran parte de cómo se comunican consigo mismos y con el docente.
Además, las investigaciones en neurociencia educativa han demostrado que el aprendizaje está estrechamente ligado a las emociones. El cerebro humano aprende mejor cuando está emocionalmente comprometido, y la comunicación que involucra emociones facilitadoras tiende a crear un entorno de aprendizaje más efectivo. En este sentido, un docente que no solo transmite conocimientos, sino que también genera un espacio emocionalmente seguro y estimulante, puede potenciar enormemente el aprendizaje de sus estudiantes.
Por ejemplo, en una clase universitaria, un profesor de psicología podría discutir los efectos del estrés en la toma de decisiones. No solo se trata de presentar los hechos científicos, sino también de involucrar emocionalmente a los estudiantes, quizás pidiéndoles que reflexionen sobre una experiencia personal de toma de decisiones bajo presión. Este tipo de interacción no solo facilita la comprensión, sino que, según la psiquiatría cognitiva, promueve una mayor retención de información, dado que las emociones profundas están vinculadas con la memoria a largo plazo.
Un acto que involucra a todo nuestro ser
La comunicación humana, la emoción y el aprendizaje están intrínsecamente ligados. La integralidad del ser implica que, para enseñar o aprender eficazmente, es necesario considerar no solo las dimensiones cognitivas, sino también las emocionales.
La comunicación va más allá de las palabras; es un acto que involucra todo nuestro ser. En palabras del artista Auguste Rodin, “El arte es el placer de un espíritu que penetra en la naturaleza y descubre que también ésta tiene alma”. Al igual que en la escultura, la enseñanza es un proceso que da forma a algo vivo, dinámico, moldeado por las emociones y la interacción humana.
La famosa escultura El Pensador de Rodin puede ser vista como una metáfora de este proceso: el aprendiz, profundamente inmerso en sus pensamientos, no está solo procesando información de manera mecánica, sino que está emocionalmente comprometido en su búsqueda de entendimiento, construyendo realidades y significados a través de la comunicación con el mundo y consigo mismo.

- Austin, J. L. (2016). Cómo hacer cosas con palabras. Editorial Paidós
- Bauman, Z. (2002). Modernidad líquida. Editorial Fondo de Cultura Economica de España.
- Dehaene, S. (2019). Cómo aprendemos: por qué el cerebro aprende mejor que cualquier máquina… por ahora. Editorial Siglo XXI Argentina.
- Knowles, M. (2020). The adult learner: A neglected species. Editorial Routledge.
- LeDoux, J. (1999). El cerebro emocional: los misteriosos fundamentos de la vida emocional. Editorial Planeta.
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