A veces cuesta decir que no. No por falta de claridad, sino por miedo a decepcionar, a parecer egoísta, a generar conflicto, a dejar de ser querido… Así, vamos cediendo espacio, tiempo, energía o incluso identidad en nombre del “buen vínculo”, hasta que un día nos damos cuenta de que estamos agotados. Vacíos de tanto dar sin medida.
Poner límites no es un acto de egoísmo, es un acto de cuidado. No solo hacia uno mismo, sino también hacia el resto, el vínculo y la verdad de lo que somos capaces de sostener sin quebrarnos.
¿Qué significa “poner límites”?
Poner límites es dibujar el contorno de nuestra disponibilidad emocional, física y relacional. Es decir con honestidad dónde estamos, qué necesitamos y hasta dónde podemos acompañar al otro sin perdernos de vista a nosotros mismos.
Los límites no son un acto de frialdad, sino una forma madura de comunicación. Comunicar un límite es mostrar quiénes somos y desde dónde podemos vincularnos sin dañarnos ni dañar.
- Comunicación No Violenta: Marshall Rosenberg (2019) propone que poner límites no implica imponer ni castigar, sino expresar nuestras necesidades con claridad y sin violencia, reconociendo que protegernos también es una forma de cuidar el vínculo.
Aunque el límite es personal, su impacto es relacional: requiere sensibilidad para elegir el momento, el tono y el canal adecuados. Porque poner un límite no es solo lo que decimos, sino también cómo lo encarnamos.
¿Por qué cuesta decir que no?
La dificultad para poner límites no siempre es racional.A continuación comparto una síntesis que integra corrientes psicológicas, neurobiológicas y sociales:
- Creencias limitantes: “si digo que no, me dejarán de querer” o “poner límites es ser egoísta”. Estas creencias, aprendidas en contextos afectivos o sociales tempranos, distorsionan nuestra percepción del cuidado propio y generan culpa o ansiedad al ejercer un límite legítimo.
- Heridas vinculares: Si desde la temprano aprendimos que ser aceptados implicaba complacer, es probable que hayamos normalizado ceder nuestras necesidades para sostener la conexión con otros.
- Falta de recursos emocionales: Decir que no suele activar emociones como el miedo, la culpa o la vergüenza. A veces no es falta de claridad, sino de herramientas para gestionar esas emociones sin desbordarnos.
- Condicionamientos socioculturales: Género, cultura y rol profesional influyen en la dificultad para poner límites. En especial, se espera que ciertas personas (como mujeres, cuidadores o profesionales del ámbito social) estén más disponibles.
- Modelado o aprendizaje vicario: Muchas personas internalizan patrones disfuncionales de límites por imitación de figuras significativas (padres, maestros, líderes).
- Falta de habilidades conversacionales: A veces no es una herida emocional lo que impide poner límites, sino no saber cómo. Falta de entrenamiento en comunicación asertiva o resolución de conflictos.
Límites y sensibilidad no son opuestos
Poner límites no es levantar muros ni dejar de amar, es un acto de verdad. La investigadora Kristin Neff (2003) sugiere cultivar la autocompasión, ya que nos permite reconocer cuándo un “sí” forzado es en realidad una forma de violencia hacia uno mismo.
El psicólogo humanista Carl Rogers (1961) postuló que ser auténticos implica estar en contacto con nuestra experiencia interna, y actuar en coherencia con ella, incluso cuando eso incomoda a otros.
Desde la neurobiología interpersonal, Daniel Siegel (2010) nos recuerda que cuando no nos sentimos seguros en el vínculo (cuando nuestro sistema nervioso percibe amenaza o saturación), poner un límite es una forma de volver a regularnos, y por lo tanto, de volver a vincularnos con más presencia y dignidad.
¿Cómo saber cuándo necesitas poner un límite?
Aquí algunas señales:
- Sientes resentimiento o agotamiento tras decir “sí”.
- Haces cosas por obligación o miedo, no por convicción.
- Tu cuerpo se tensa, tu respiración se acorta, tu mente se acelera.
- Aparece una desconexión contigo mismo o con tus deseos reales.
- Te percibes: desbordado, irritable o anestesiado emocionalmente.
Los límites bien puestos no cierran relaciones: las ordenan.
Herramientas para poner límites (sin perderme en el otro)
| Dimensión | Estrategia | Pregunta guía |
| Cognitiva | Detecta una creencia asociada al “no puedo poner límites” y desafíala con evidencia propia. | ¿Qué he perdido en el pasado por no decir que no? |
| Emocional | Registra cómo te sientes antes y después de ceder frente a una solicitud. | ¿Qué emoción aparece cuando me anulo? ¿Qué me está diciendo? |
| Corporal | Realiza un escaneo corporal antes de responder a una petición difícil. | ¿Qué parte de mi cuerpo de tensiona o se relaja? |
| Relacional | Practica decir un “no” amoroso, usando lenguaje claro + cuidado emocional. | ¿Cómo puedo expresar este límite, sin justificarme en exceso, ni agredir? |
| Reflexiva | Escribe una lista de situaciones donde no pusiste límites y qué consecuencia tuvo. | ¿Qué parte de mí necesita protección hoy? |
El límite, como acto de presencia
Poner límites no es un acto de ruptura, sino de presencia. Es habitar el propio espacio con responsabilidad, y desde ahí, vincularse con otros sin perderse en el intento.
Un límite no siempre será cómodo, pero será verdadero. Y cuando uno se permite habitar esa verdad sin culparse, empieza a descubrir que decir “no” con respeto también es una forma profunda de decir “sí” a uno mismo.
Referencias
- Damasio, A. R. (1994). El error de Descartes. La emoción, la razón y el cerebro humano. Editorial Crítica.
- Neff, K. D. (2003). Self-compassion: An alternative conceptualization of a healthy attitude toward oneself. Self and Identity, 2(2), 85–101.
- Rogers, C. (2022). El proceso de convertirse en persona: Mi técnica terapéutica. Booket.
- Rosenberg, M. (2019). Comunicación no violenta: un lenguaje de vida. PuddleDancer Press.
Descubre más desde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario