El martes 29 de julio un terremoto de gran magnitud sacudió el fondo del mar cerca de Rusia. Se activaron alertas, se encendieron noticieros, se multiplicaron las preguntas humanas. Y como ocurre casi siempre, el relato giró en torno a nosotros: las ciudades, las rutas de evacuación, los riesgos, los titulares.
Pero mientras todo eso ocurría en la superficie, ¿quién pensó en la vida que no sale en las noticias?
El planeta, inmenso, silencioso y milenario, también se mueve, se reacomoda, se sacude. Y no lo hace para nosotros. La tierra vibra, las raíces se tensan, los insectos huyen antes de que el temblor llegue. Los peces cambian de rumbo, los corales liberan señales químicas, las ballenas desvían su canto. Algunas plantas incluso alteran su flujo interno al percibir las ondas sísmicas. ¿Sabías que ciertos árboles pueden percibir vibraciones del suelo a través de sus raíces y modificar su metabolismo?… Somos los únicos habitantes de la tierra que interpretamos los temblores como preguntas, en vez de como respuestas.
No necesitan RRSS. No hacen simulacros. Solo sienten. Solo responden…
El mundo natural no dramatiza el cambio, lo incorpora. No necesita entenderlo todo para actuar. Y esa forma de sabiduría (ajena al ego, libre de toda agenda) nos confronta: ¿cuántas veces ignoramos los temblores internos por estar demasiado ocupados sosteniendo nuestras formas?.
En procesos de transformación personal, profesional o colectiva, muchas veces algo tiembla primero en el cuerpo, en los vínculos, en la intuición… pero seguimos como si nada. Nos aferramos al método, al control, a la estabilidad aparente. Mientras tanto, la naturaleza responde sin esperar explicación.
¿Y si volviéramos a aprender de ella?
No para romantizarla, sino para reconocerla como maestra. El liderazgo, el aprendizaje y el cambio no pueden seguir desconectados de los ritmos de la tierra. Como decía Gregory Bateson (1972), toda forma de conocimiento que se corta de su contexto ecológico, tarde o temprano, se vuelve peligrosa.
Cuando todo tiembla, no siempre hay que resistir. A veces hay que afinar la escucha, leer el entorno, confiar en el desplazamiento.
Si las ballenas desvían su ruta, si las abejas desaparecen antes de la tormenta, si los árboles perciben lo que viene… Hasta los corales (seres sin cerebro) saben leer las señales del caos… ¿qué parte de ti ya lo sabe y aún no lo has querido escuchar?
Propuesta práctica: La próxima vez que sientas un temblor, externo o interno, prueba este ritual:
- Detente (como los árboles que perciben el suelo).
- Escucha (como las ballenas que ajustan su frecuencia).
- Pregúntate: ¿Qué patrones en mí necesitan reacomodarse?
Referencias:
- Bateson, G. (1997). Pasos hacia una ecología de la mente. Lumen
- Maturana, H., & Varela, F. (1984). El árbol del conocimiento: Las bases biológicas del entendimiento humano. Editorial Universitaria.
- Gagliano, M. (2020). Asi Hablo la Planta. Gaia Ediciones.
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