En la educación tradicional se suele imaginar al profesor como el centro del aula: alguien que explica, transmite y asegura que el contenido llegue a sus estudiantes. Sin embargo, en el aprendizaje para adultos esa lógica se invierte: el facilitador diseña experiencias donde las personas aprenden a partir de su propia práctica y vivencia.
En mi trayectoria como docente y relator en distintos programas y formatos, he visto mejores resultados cuando dejamos de centrarnos en la enseñanza (“qué voy a enseñar”) y comenzamos a diseñar experiencias significativas, orientadas al aprendizaje (“qué necesitan aprender”). Esa es la esencia de la facilitación.
Acompañar procesos
El facilitador no se limita a entregar información, su principal tarea es crear las condiciones para que las personas conecten lo que ya saben con lo que necesitan aprender. Este acompañamiento funciona como un andamiaje, en el sentido vygotskiano: un apoyo temporal que facilita avanzar hacia niveles más complejos de aprendizaje. Esto implica reconocer la riqueza de las experiencias previas, las motivaciones laborales y personales, así como los distintos ritmos y matices en que emergen en el proceso de aprendizaje.
Stephen Brookfield (2013) señala que el aprendizaje para adultos es profundamente relacional: ocurre en el encuentro entre pares y se fortalece cuando se valida la voz de cada participante. En ese contexto, el facilitador se convierte en un mediador, alguien que promueve el diálogo y la reflexión crítica.
Competencias del facilitador en la docencia de adultos
Algunos rasgos resultan esenciales para un facilitador efectivo:
- Escucha activa y empática: captar las necesidades del grupo más allá de lo explícito.
- Flexibilidad: adaptar la planificación según los intereses y el contexto.
- Diseño de experiencias: crear actividades aplicadas, relevantes y con sentido.
- Comunicación clara y humana: transmitir de forma sencilla lo complejo, sin perder profundidad.
- Capacidad de retroalimentación: ofrecer comentarios que impulsen el aprendizaje y no lo bloqueen.
Más que habilidades técnicas, estas competencias se sostienen en una actitud de apertura y colaboración: el facilitador no tiene todas las respuestas, sino que acompaña al grupo en la construcción de las suyas.
Del aula al espacio de experiencias
Cuando se trabaja con adultos, el aprendizaje cobra fuerza en metodologías que los sitúan en acción (aprendizaje aplicado). Además de explicar conceptos hay que ponerlos en práctica en escenarios que simulen o reproduzcan su entorno laboral.
Metodologías como el bootcamp, el role-play o el aprendizaje basado en problemas permiten que los participantes aprendan haciendo y, a la vez, reflexionen sobre lo vivido. Kolb (1984) lo describe en su ciclo de aprendizaje experiencial: la experiencia concreta, la reflexión, la conceptualización y la experimentación activa forman un circuito virtuoso.
El facilitador es quien teje este recorrido: diseña y propone actividades, acompaña la reflexión y ayuda a convertir la experiencia en aprendizaje significativo.
Acompañamiento activo
Un error común es pensar que el facilitador debe ser completamente neutral, sin involucrarse. Sin embargo, su rol no es el de un observador distante, sino el de un acompañante activo: orienta, pregunta, provoca y abre espacios de reflexión.
Como plantea Merriam y Bierema (2014), el facilitador sostiene la tensión entre dos fuerzas: permitir la autonomía del adulto y, al mismo tiempo, cuidar que el proceso no se disperse o pierda propósito. Esa es la delicada danza de la facilitación.
Hacia un aprendizaje transformador
El rol del facilitador es, en esencia, el de un diseñador de experiencias y acompañante activo. No busca imponer un camino único, sino generar condiciones para que cada persona encuentre el suyo.
En un mundo laboral cambiante, donde la actualización y la reinvención son constantes, esta forma de enseñar se vuelve imprescindible. Facilitar es apostar por un aprendizaje más humano, colaborativo y transformador: uno donde el conocimiento no se entrega, sino que se construye en conjunto.
Referencias
- Brookfield, S. (2013). The skillful teacher: On technique, trust, and responsiveness in the classroom (3rd ed.). Jossey-Bass.
- Jarvis, P. (2010). Adult education and lifelong learning: Theory and practice (4th ed.). Routledge.
- Knowles, M., Holton, E., & Swanson, R. (2015). The adult learner: The definitive classic in adult education and human resource development (8th ed.). Routledge.
- Kolb, D. (1984). Experiential learning: Experience as the source of learning and development. Prentice Hall.
- Merriam, S. B., & Bierema, L. L. (2014). Adult learning: Linking theory and practice. Jossey-Bass.
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