Hay momentos en los que el cuerpo habla antes que las palabras. Basta una mirada, una frase lanzada al descuido o una expectativa incumplida, y algo dentro de nosotros se repliega. Queremos desaparecer, esconder la cara, volvernos invisibles. Es un sentir denso, incómodo, difícil de nombrar… y sin embargo, profundamente humano: la vergüenza.

Aunque no sea una emoción muy popular, la vergüenza es parte inherente de nuestra experiencia humana. Es una emoción social, profunda, y muchas veces silenciada. Te invito a sacarla de la sombra, abordándola desde una perspectiva integradora: corporal, emocional, cognitiva y social. Porque comprender la vergüenza no solo nos permite acompañar mejor a otros, sino también habitarnos con más compasión y profundidad.

¿Qué es la vergüenza?

Lejos de ser un defecto, la vergüenza es una emoción que cumple un rol adaptativo en nuestra vida social. Autores como Paul Ekman (2003) y Dacher Keltner (2015) sostienen que emociones como la vergüenza, la culpa o el orgullo cumplen funciones sociales esenciales, al regular la pertenencia y cohesión del grupo.

La vergüenza aparece cuando creemos haber transgredido normas sociales o éticas importantes, especialmente ante la mirada del otro. Su función no es castigarnos, sino señalarnos que algo ha dañado la conexión con quienes nos rodean.

Desde esta perspectiva, la vergüenza actúa como un sistema de “alarma relacional”, una forma de preservar vínculos fundamentales para nuestra identidad y supervivencia psicosocial (Keltner & Haidt, 1999).

Sin embargo, cuando se vuelve crónica, desproporcionada o silenciada, deja de ser adaptativa y puede convertirse en un obstáculo profundo para el bienestar, la autenticidad y el aprendizaje.

La vergüenza se siente en el cuerpo

La vergüenza es una experiencia corporal. El cuerpo reacciona instintivamente. La mirada se desvía, los hombros caen, el pecho se cierra, las mejillas arden. Según Richard Strozzi Heckler (2014), toda emoción tiene una correlación somática: una postura, una tensión, una forma de estar en el mundo.

En el caso de la vergüenza, la corporalidad del «retraimiento» es evidente: el cuerpo busca protegerse del juicio externo o interno. Thomas Hanna (1988), desde la educación somática, lo describe como una contracción involuntaria de los músculos ante experiencias de amenaza relacional. No es casual que muchos describan la vergüenza como «querer desaparecer»: es una respuesta biológica ancestral que busca minimizar el riesgo de exclusión.

Vergüenza: el otro como espejo

La vergüenza necesita un espectador, real o imaginado. Es, en gran medida, una emoción socialmente inducida. Erving Goffman (2009), desde la sociología, planteaba que la identidad se construye en escena, frente a otros. Cuando sentimos que fallamos en ese escenario (cuando no cumplimos el guion esperado) la vergüenza aparece como señal de desajuste entre el “yo público” y el “yo íntimo”.

Esta emoción, por tanto, está profundamente ligada a los juicios, tanto los externos como los que hemos internalizado. En la sociedad del rendimiento, como advierte Byung-Chul Han (2010), estos juicios se vuelven incesantes: incluso cuando no hay un otro que observe, somos nosotros quienes nos exigimos, nos evaluamos, nos castigamos. La vergüenza, en este contexto, ya no necesita testigos: florece en la comparación, en el ideal inalcanzable, en el rechazo de lo que somos.

Vergüenza y aprendizaje: la emoción que paraliza o transforma

En contextos educativos, laborales o de acompañamiento, la vergüenza puede ser un freno poderoso al aprendizaje significativo. Como explica Lisa Feldman Barrett (2018), las emociones moldean la percepción, la atención y la memoria. Cuando una persona siente vergüenza, su capacidad de apertura, exploración y creatividad disminuye.

Esto es especialmente relevante en procesos de feedback, formación o cambio organizacional. Si el entorno no es seguro emocionalmente, las personas tienden a protegerse, a ocultar errores, a no atreverse a preguntar. La vergüenza bloquea el aprendizaje.

Sin embargo, cuando se nombra, se contiene y se transforma, puede convertirse en puerta de acceso a la autenticidad y a la confianza. Brené Brown (2012) lo ha demostrado ampliamente: la vulnerabilidad, entendida como la capacidad de mostrarse tal cual uno es, es condición para la conexión humana y la creatividad.

Caminar con la vergüenza

Aceptar que sentimos vergüenza no nos debilita: nos humaniza. Reconocerla, nombrarla y compartirla en contextos seguros puede ser un acto profundamente liberador. No se trata de eliminar la vergüenza, sino de dejar de esconderla. En palabras de Brown (2012), “la vergüenza no puede sobrevivir siendo hablada. Sobrevive en el silencio, en el secreto y en el juicio”.

¿Cómo gestionar la vergüenza?

  • Una práctica sencilla y poderosa es escribir una carta a uno mismo desde la compasión, recordando un momento de vergüenza, no para revivirlo, sino para resignificarlo. Así, la vergüenza deja de ser una trampa solitaria y se convierte en un camino hacia el cuidado.

Volver a mí

La vergüenza, esa emoción que muchas veces nos ha hecho bajar la mirada, también puede enseñarnos a mirar hacia dentro con más ternura. Cuando dejamos de luchar contra ella, comenzamos a comprender lo que realmente nos importa: el deseo de pertenecer, de ser vistos y amados tal como somos.

Habitar la vergüenza con conciencia es una forma de volver a nosotros mismos y al mundo con más profundidad. Y quizás, también, una forma de sanar.


Referencias

  • Barrett, L. F. (2018). La vida secreta del cerebro, ¿Cómo se construyen las emociones?. Paidos.
  • Brown, B. (2012). Atreverse a lo grande: cómo el coraje de ser vulnerable transforma la forma en que vivimos, amamos, criamos y lideramos. Gotham Books.
  • Goffman, E. (2009). La presentación de la persona en la vida cotidiana. Amorrortu.
  • Han, B.-C. (2010). La sociedad del cansancio. Herder.
  • Hanna, T. (1988). Somática: Despertar el control de la mente sobre el movimiento, la flexibilidad y la salud. Da Capo Press.
  • Keltner, D., & Haidt, J. (1999). Funciones sociales de las emociones en cuatro niveles de análisis. Cognition & Emotion, 13(5), 505–521.
  • Strozzi Heckler, R. (2014). The art of somatic coaching: Embodying skillful action, wisdom, and compassion.. North Atlantic Books.

Descubre más desde

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.