Cuando el silencio habla más que las palabras

Hay reuniones en las que todo parece estar “en orden”, pero el aire se corta. Hay decisiones que se toman sin disentir, pero con gestos tensos. Hay correos que suenan amables, pero cargan ironía. Y hay equipos que se desgastan, no por conflictos abiertos, sino por conversaciones que se evitan.

El silencio (aunque muchas veces se lo justifique como prudencia o diplomacia) tiene un costo alto cuando reemplaza el diálogo. Te invito a explorar por qué evitamos ciertas conversaciones, cómo impacta en la salud de los equipos, y qué herramientas podemos usar para transformar esos silencios en oportunidades de colaboración genuina.

El silencio que no cuida, sino que congela

En entornos organizacionales o educativos, evitar ciertos temas puede parecer una estrategia prudente para mantener la armonía, pero muchas veces ese silencio no disuelve el conflicto: lo desplaza, lo amplifica o lo adormece. Lo que no se conversa empieza a operar por debajo, como tensión no resuelta, como duda instalada, como distancia emocional que poco a poco se vuelve costumbre.

En ese vacío de diálogo, la interpretación gana terreno. Como advierte Rafael Echeverría (2006), los seres humanos vivimos en interpretaciones, y cuando estas no se comparten ni se contrastan, se cristalizan. Así, las personas continúan colaborando “como si todo estuviera bien”, mientras bajo la superficie se acumula una incomodidad sorda, que nadie se atreve a nombrar pero todos sienten.

Actos del habla: cuando no hablar también es hablar

Desde la Ontología del Lenguaje, una conversación no es solo intercambio de información: es un espacio en el que se construyen realidades. Cada vez que evitamos hablar, estamos dejando de declarar, de pedir, de ofrecer, de prometer o de hacer juicios responsables.

Actos del hablaMensaje implícitoPosible consecuencia
No pedir ayuda“Debería poder con todo”, “Pedir apoyo es mostrar debilidad”Refuerza la cultura de autosuficiencia forzada, dificulta la colaboración y el aprendizaje compartido.
No declarar un límite“Si digo que no, soy conflictivo o poco comprometido”Se habilita el sobreesfuerzo, se generan malentendidos y se erosiona la confianza en la relación.
No expresar una inquietud“Mejor callar que incomodar”Se favorecen las interpretaciones erradas, crece la especulación y disminuye la posibilidad de mejora.
No dar feedback (positivo o crítico)“No tengo tiempo”, “No vale la pena decirlo”Se pierden oportunidades de reconocimiento o ajuste; aumenta la incertidumbre y el resentimiento silencioso.
No nombrar un conflicto“Es mejor dejar las cosas como están”El problema se cronifica, se filtra en otras conversaciones, y deteriora el vínculo progresivamente.
No compartir una necesidad“Lo mío no es importante”Se invisibilizan aspectos clave para el bienestar individual y colectivo, y se limita la corresponsabilidad.

El silencio no es neutral. Como acto del habla implícito, puede sostener dinámicas de opresión, evasión o miedo.

¿Por qué evitamos las conversaciones difíciles?

Evitar una conversación difícil no es sinónimo de debilidad, inmadurez o falta de carácter. Muy por el contrario, suele ser un mecanismo de protección emocional profundamente aprendido, muchas veces reforzado por la cultura familiar, escolar o laboral. No hablamos porque tememos las consecuencias de hablar, no porque no sepamos que algo debe decirse.

Según Stone, Patton y Heen (2023), existen tres niveles que explican por qué ciertas conversaciones se perciben como amenazantes. Entenderlos es clave para cultivar una comunicación más consciente y compasiva, tanto con uno mismo como con otros:

NivelExplicación
1. Lo que está en juego emocionalmenteNo todas las conversaciones duelen por su contenido, sino por lo que representan: pueden poner en riesgo un vínculo importante, cuestionar la identidad profesional o personal, o amenazar la imagen que queremos sostener frente a otros. La conversación se vuelve difícil no solo por lo que se dice, sino por lo que puede provocar.
2. La historia interna que construimosMuchas veces evitamos hablar porque ya hemos creado una narrativa interna sobre lo que ocurrirá: “se va a enojar”, “no va a entender”, “va a pensar que soy conflictivo”. Estas suposiciones, juicios anticipados o atribuciones de intención (frecuentemente erróneas o incompletas) alimentan el silencio.
3. El miedo a la reacción del otro o a la propia incomodidadA veces sabemos que hay que hablar, pero no nos sentimos preparados emocionalmente. Tememos que la conversación escale a conflicto, que se rompa la relación, o simplemente no sabemos cómo empezar. Este nivel tiene que ver con la falta de recursos relacionales más que con falta de voluntad.

Como explican Stone, Patton y Heen (2023), en contextos de trabajo en equipo, estos niveles de amenaza conversacional se manifiestan en formas muy concretas:

  • Miedo a romper la armonía: se confunde paz superficial con buena convivencia.
  • Falta de entrenamiento conversacional: muchas personas nunca aprendieron a expresar lo que sienten o necesitan de forma clara y respetuosa.
  • Jerarquías mal entendidas: existe la creencia de que no se puede cuestionar o dar feedback hacia arriba.
  • Culturas institucionales que premian el silencio: ambientes donde se valora más la obediencia que la opinión crítica inhiben cualquier intento de conversación incómoda.

Lo que evitamos no desaparece, se transforma

En los equipos, lo que no se habla no se extingue: se desplaza, se enquista o se expresa de forma distorsionada. Las conversaciones que evitamos, especialmente cuando se vuelven sistemáticas, operan como tabúes organizacionales: temas que todo el mundo percibe, pero que nadie se atreve a nombrar. Ya sea por miedo, costumbre o presión cultural, ciertos asuntos quedan fuera del lenguaje compartido, como si al callarlos perdieran gravedad.

Las conversaciones que evitamos se transforman:

  • En rumor.
  • En resentimiento acumulado.
  • En decisiones tomadas sin consenso real.
  • En rotación silenciosa de personas.
  • En baja colaboración o creatividad.

Desde la mirada de los sistemas vivos, como plantea Humberto Maturana, el silencio sostenido frente a lo que amenaza la coherencia interna genera sufrimiento estructural: una forma de desajuste entre lo que sentimos, lo que pensamos y lo que expresamos. Y cuando este desajuste se vuelve norma, se debilita la confianza, se erosiona la vitalidad del equipo y se instala una cultura de apariencias.

Conversar también es cuidar

No se trata de decir todo sin filtro, ni de convertir cada desacuerdo en confrontación. Se trata de crear espacios donde “el decir” tenga un lugar y una forma que cuide la relación. Aquí algunas herramientas para avanzar:

  • Comunicación no violenta: observar sin juicio, expresar necesidades, hacer peticiones claras.
  • Diseñar conversaciones: preparar contexto, elegir el momento, anticipar emociones.
  • Conversaciones de aprendizaje: distinguir hechos de juicios, abrir la escucha, validar al otro como legítimo.
  • Preguntar con humildad y coraje: ¿qué no se está diciendo aquí?, ¿por qué me cuesta decir esto?, ¿cómo puedo cuidar el vínculo al decirlo?

El verdadero equipo se construye conversando

Un equipo que se atreve a hablar lo incómodo o lo confuso no es un equipo conflictivo, sino un equipo vivo. Como señala Maturana, “vivimos en conversaciones”, y la calidad de esas conversaciones define también la calidad de nuestras relaciones, de nuestro trabajo y de nuestra salud emocional colectiva.

A veces, conversar no cambia inmediatamente las cosas. Pero abre la posibilidad de un futuro distinto, donde el conflicto no es fractura, sino camino hacia algo más honesto y sostenible.

¿Qué conversaciones estás postergando? ¿Y cuál sería el primer paso para abrirlas con cuidado y valentía?


Referencias

  • Echeverría, R. (2006). Ontología del lenguaje. Santiago de Chile: J.C. Saez Editor.
  • Maturana, H., & Varela, F. (1984). El árbol del conocimiento: Las bases biológicas del entendimiento humano. Editorial Universitaria.
  • Stone, D., Patton, B., & Heen, S. (2023). Conversaciones difíciles: Cómo hablar de lo que más importa. Penguin Books.
  • Rosenberg, M. (2006). Comunicación no violenta: un lenguaje de vida. Gran Aldea Editores.

Descubre más desde

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.